LAS IDEAS INNATAS

23.06.2012 21:15

 

LEIBNIZ 

Seminario de Autores y Textos.

Facultad de Filosofía, sección 401

Ernesto Arechavala Vargas

Junio de 2012

LAS IDEAS INNATAS

 

Leibniz es uno de los más destacados filósofos, dentro de la tradición racionalista y aún en el contexto general de la historia de la filosofía. Su pensamiento es original y lúcido, mientras que su prosa es amena y fácil de comprender.

A la distancia en el tiempo, desde el inicio del siglo XXI, sorprende la anticipación que Leibniz esboza de algunos enfoques que ha tomado la ciencia y la filosofía, generando perspectivas que habrían de alentar teorías e investigaciones para varios de los temas que aborda. En este trabajo se exponen algunas raíces que se identifican en los planteamientos de Leibniz para teorías actuales que dan cuenta de la génesis del conocimiento y del aprendizaje. Se compararán, en particular, conceptos centrales desarrollados por Jean Piaget.

El tema básico a analizar es la naturaleza de las ideas innatas. Su existencia es defendida por Leibniz, con una serie de matices que permiten una descripción bastante sensata y acertada. Junto a la referencia a algunas ideas propuestas por Leibniz, se irán introduciendo comentarios que tienen la intención de interpretarlas en relación a desarrollos posteriores del pensamiento científico. Posteriormente se harán algunas relaciones con conceptos desarrollados por Piaget.

Es difícil sostener que Leibniz tuviera una posición meramente racionalista, en cuanto a que el conocimiento se derivara exclusivamente de la razón. En todo caso, sería cuestión de identificar el peso que tiene la razón y de la sensación al momento de llegar a conocer. En la siguiente cita se pone este asunto sobre la mesa: “De aquí se sigue que las verdades necesarias, como las que encontramos en las matemáticas puras, especialmente en la aritmética y la geometría, deben apoyarse en principios cuya demostración no depende de los ejemplos, ni por consiguiente del testimonio de los sentidos, si bien es verdad que sin los sentidos nunca llegaríamos al conocimiento de estas verdades.” (p. 73).

La noción que nos va dilucidando el autor de las ideas innatas no se refiere a un pensamiento acabado acerca de algún objeto, sino a una especie de predisposición o facilidad que tendríamos para ir construyendo dicho pensamiento. Se contrapone a la idea de la tábula rasa, que plantea que lo que existe en nuestro conocimiento proviene por completo del mundo exterior, siendo nuestra mente al nacer una especie de hoja en blanco en la que iríamos escribiendo lo que conocemos a través de los sentidos. Bajo la óptica de Leibniz, al nacer ya existe un sesgo o predisposición que nos llevará a madurar esas nociones que ya traemos: “Por eso empleo yo con preferencia la comparación con el trozo de mármol veteado, y no la de un trozo de mármol homogéneo o de una tabla rasa.... En este sentido, las ideas y las verdades son innatas en nosotros como inclinaciones, disposiciones, capacidades o facultades naturales” (pp. 74 y 75).

Un aspecto clave que incorpora para sostener su planteamiento es el ejercicio de la reflexión: “... la reflexión no es otra cosa que el examen atento de lo que en nosotros sucede, y los sentidos no nos dan lo que ya tenemos en nosotros mismos” (p. 74), por lo que “... se debe afirmar que hay ideas y principios que no proceden de los sentidos, y que encontramos en nosotros, si bien los sentidos nos proporcionan la ocasión para adquirir conciencia de ellos” (p. 93).

Mediante la reflexión, entonces, Leibniz nos sugiere que podemos desarrollar las ideas que traemos al nacer en potencia, como una disposición para acceder a su comprensión en una forma completa. Los sentidos aportan la materia sobre la cual la reflexión hará su trabajo, pero ni son todo el contenido ni nos dan la clave del sentido del conocimiento. Es un ejercicio propio y autónomo de la razón la que nos permite llegar a las verdades necesarias, que ya vienen prefiguradas cuando nacemos: “... las enseñanzas exteriores no hacen sino despertar lo que ya está latente en nosotros” (p. 95) y “... por muy numerosas que sean las experiencias particulares que de una verdad universal se puedan tener, no podremos asegurarnos de ella por la inducción sin conocer la necesidad por la razón”. (p. 98).

Dos aclaraciones sirven para clarificar mejor la noción de idea innata. Por una parte, no son consecuencia lógica de la observación de que hay ideas que están presentes en todos los hombres, porque esta unanimidad podría deberse a otros mecanismos diferentes al innatismo. Por otra parte, aunque las ideas innatas ya están presentes al momento de nacer, no lo están en forma acabada y constante. Sucede algo similar a la presencia de los recuerdos en nuestra mente: si están ahí, pero no accedemos a ellos más que en ciertas ocasiones, ya sea por causa de que los necesitemos o porque algún evento nos los evoque: “... los conocimientos y las verdades, en cuanto están en nosotros aún cuando no pensemos en ellos, son capacidades y disposiciones y nosotros sabemos muchas cosas en las cuales no pensamos apenas” (p. 104).

Más adelante en su libro, Leibniz anota otra idea muy interesante, en cuanto que la sensación no es una actividad pasiva del intelecto, sino una actividad que busca y toma iniciativa para dar forma a la sensación: “... hay también acción en las sensaciones en cuanto ésas nos proporcionan percepciones más distintas, y la ocasión, por consiguiente, de hacer observaciones y, por decirlo así, de desarrollarnos” (p. 203).

La contraposición de las teorías sensoriales y racionales para dar cuenta del conocimiento, muy aguda en le época de Leibniz, generó otros modelos que trataron de superarla, no siempre con buena fortuna. Una buena solución consiste en no radicalizar el papel de la razón o de la percepción como elemento fundamental, sino en calibrar sensatamente el papel que juega cada una de ellas dentro de un modelo más integral. Esta alternativa la podemos encontrar en el enfoque denominado Constructivismo, que no deja en las manos exclusivas de la sensación o de la razón la fuente principal del conocimiento; al conocer, construimos modelos internos de la realidad, que no la reflejan tal cual, pero si nos sirven para operar en dicha realidad en forma adaptativa.

Jean Piaget es un destacado investigador que desarrolló bases fundamentales para el enfoque del constructivismo. Asume que el conocimiento es producto del ejercicio de la inteligencia y que tiene dos cualidades principales: la organización y la adaptación. Al nacer, contamos ya con ciertas disposiciones cognitivas, no como productos terminados o seminales, sino como una necesidad de interactuar con el medio ambiente para formar esquemas mentales que, por así decirlo, nos permiten una mejor actuación en el ambiente. Los esquemas son una especie de pautas de acción mediante las cuales operamos en los contextos físicos y sociales. Se infiere que detrás de estos esquemas existe una estructura mental que los utiliza y los desarrolla.

La interacción del sujeto con el medio ambiente va generando la posibilidad de desarrollar estructuras mentales más complejas y efectivas. Los procesos de asimilación y de acomodación son los que explican la dinámica de desarrollo del conocimiento. Mientras que la asimilación es el modo por el cual el sujeto incorpora nuevos elementos a los esquemas mentales preexistentes,  la acomodación es un cambio en los esquemas mentales con el que se busca generar una estructura de conocimiento más adecuada para dar cuenta de lo que los sentidos nos aportan. Conforme va habiendo más crecimiento y maduración, los esquemas cognitivos primitivos no alcanzan a explicar las contradicciones entre lo que pensamos y lo que percibimos, por lo que es necesario generar esquemas más potentes y más eficaces para operar en la realidad; en esto consiste la acomodación. Y, finalmente, la equilibración es un proceso complejo por el cual se van concretando esquemas más adecuados, como resultado de los procesos de asimilación y acomodación.

El conocimiento de la realidad, entonces, es un proceso de adaptación, mediante el cual las representaciones internas son desarrolladas por el individuo durante su crecimiento y constituyen plataformas para que pueda operar en el mundo y construir su comportamiento. Es el resultado de la interacción entre el sujeto y la realidad con la que tiene contacto. Al actuar sobre esta realidad, va construyendo esquemas mentales que le permiten ir teniendo una mayor efectividad al momento de explicar y operar en su contexto.

Piaget postula la existencia de ciertas disposiciones y capacidades innatas, que le permiten al sujeto actuar sobre su realidad en forma incipiente. Conforme se va desarrollando, la misma realidad le proporciona elementos para ir sofisticando estas disposiciones, mejorando sus esquemas cognitivos y siendo capaz de ir resolviendo problemas cada vez más complejos. El conocimiento sobre el mundo no descansa solamente en los sentidos ni solamente en la razón, sino que es una construcción autónoma que se desarrolla a partir del interjuego entre ambas. Todo conocimiento parte de ideas previas, de ahí la necesidad de establecer que existen predisposiciones de actuación desde el nacimiento, que sería equivalente a la noción de las ideas innatas.

De acuerdo a lo anterior, se puede concluir que el conocimiento no es una copia fiel de la realidad, sino una construcción mental que realiza la persona, en forma activa.

La comparación entre lo propuesto por Leibniz y por Piaget hace fácil identificar los puntos de coincidencia. La metáfora de las vetas en la piedra que inducen al escultor a aprovecharlas para dar forma a una estatua, se aplica apropiadamente al elemento de inicio que establece Piaget para el proceso de conocer. En ambos también se identifican la necesidad de actuar, de incorporar datos de los sentidos y de realizar operaciones internas para generar ideas más acabadas.

Una distinción entre los planteamientos de ambos autores es importante: mientras que para Leibniz las ideas son entidades con una especie de autonomía que las hace ser verdaderas independientemente de que haya un sujeto que las piense, en Piaget las ideas son el resultado de la actividad mental y no tiene sentido concebirlas fuera de un sujeto. Para Leibniz, las ideas serían un componente de la realidad que observamos, para Piaget serían un modelo diferente de la realidad, pero que nos permite operar sobre ella en forma cada vez más eficaz. No obstante, esta y otras diferencias que podemos identificar en los planteamientos de estos autores, es notoria la similitud en el enfoque que dan a sus teorías, que supera con éxito la radical contraposición entre la explicación del conocimiento exclusivamente con base en la percepción o exclusivamente con base en la razón.

Desde los campos de las neurociencias y de la genética se pueden hacer más relaciones con los planteamientos de Leibniz y de Piaget. La investigación tiene cada vez mayor capacidad para interpretar las disposiciones genéticas con base en las secuencias genómicas del ADN, mientras que en la arquitectura y el funcionamiento del cerebro se describen con detalle las correlaciones que tienen con el pensamiento. En estos dos niveles se aprecia que el desarrollo cognitivo de las personas combina de manera múltiple y compleja factores biológicos con las experiencias vividas para construir esquemas de actuación específicos. Sin entrar en más detalles en este sentido, se puede solamente enunciar la conclusión de que hay bases suficientes para pensar que la noción de la idea innata que propuso Leibniz tiene vigencia, ahora bajo un mayor sustento experimental.

 

Bibliografía

Araya, V., Alfaro, M., & Andonegui, M. (mayo - agosto de 2007). CONSTRUCTIVISMO: ORÍGENES Y PERSPECTIVAS. Recuperado el 16 de Junio de 2012, de https://redalyc.uaemex.mx/principal/ForCitArt.jsp?iCve=76111485004#

Leibniz, G. G. (2003). NUEVO TRATADO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO. México: Porrúa.